domingo, 2 de enero de 2011

¿ Por qué enfermería ?

Cómo decidí hacer enfermería…

Desde bien pequeño he sentido interés por todo lo relacionado con la sanidad. Cuando me preguntaban que quería ser de mayor siempre decía “yo quiero ser veterinario”. Con el tiempo lo de ser veterinario se esfumó y entonces sabía que lo que me interesaba eran las personas y no los animales.

Una vez llegado a octavo de EGB, tuve que decidir entre hacer BUP y COU y después universidad o pasar a hacer FP y empezar a trabajar. Como mis notas de primaria no eran brillantes y me gustaba bastante poco estudiar, mis padres decidieron por mí, que mejor hiciera FP como mis hermanos, y me dejase de BUP y universidades porque ni yo sabía que es lo que quería hacer. Y tenían razón, sólo quería hacer BUP porque todos mis amigos iban, pero sin saber a qué dedicarme, y aunque la enfermería me atraía, pensaba que con el miedo que me daba que me pusieran vacunas y el pánico a que me realizasen extracciones de sangre (con mareos y lipotimias incluidos) no serviría para eso.

Así que realice FPI, después FPII y empecé a trabajar, siempre sabiendo que lo que hacía no me gustaba. Cada vez tenía más claro que yo quería hacer algo de sanidad. Ya que enfermería no podía ser por las analíticas y los pinchazos pensé que tal vez sería interesante estudiar psicología, pero como tampoco lo tenía demasiado claro, dejé correr esa idea y cursé Tripulante de cabina de pasajeros, ya que se parecía un poco a la enfermería y a la psicología juntos, ya que los usuarios del avión, bien podían necesitar atenciones como un paciente para el enfermero, o que se les tranquilizase en un momento de crisis de ansiedad o pánico a volar, como haría un psicólogo. Pero no, esto tampoco era lo que estaba buscando.

Decidí seguir trabajando en cosas que no me interesaban, pero que me daban un sueldo y ver por la televisión las series de hospitales y programas reales de sanidad como Urgencias 3/24, que me entusiasmaban, y pensaba que lo que quería es estar ahí.

A los 25 años, pensé que ya estaba bien, que ya era hora de despertar y empezar a cumplir mi sueño, me costase lo que me costase y teniendo que hacer frente a diversos traumas de la infancia. Decidí tener la carrera de Enfermería como destino final.

Dado que no podía acceder a la carrera desde un FP no sanitario, me matriculé a cursar un Ciclo de Grado Superior que me resultase interesante para poder sacar una nota alta que me permitiese entrar en la universidad pública (no creo que sea de recibo tener que pagar por estudiar y mucho menos cuando no tienes los recursos económicos necesarios).

Me matriculé en Dietética y nutrición y aprobé con una nota final de 8.1 y por lo tanto ya tenía vía libre para matricularme en enfermería, o sea creía yo, teniendo en cuenta las notas de corte de años anteriores para cursar enfermería.

Hice la preinscripción y puse sólo las dos opciones de enfermería en el Campus de Bellvitge, una opción para entrar en septiembre y otra para entrar en febrero. El año en que me matriculé, la nota para entrar en septiembre era de 8.5 a través de ciclo formativo, pero por suerte también existía la opción de entrar en febrero y la nota de corte era considerablemente más baja y allí estaba. Matriculado por fin para empezar enfermería y con ganas de superar los miedos y los tabús autoimpuestos.

Al principio de la carrera, me sorprendí mucho del nivel inicial que pedían. Aunque las asignaturas me parecían interesantes, algunas de ellas me parecían de gran volumen. La verdad que da miedo, pero con esfuerzo e interés se supera.

Amigos míos universitarios me comentaron que el primer año de cualquier carrera suele ser el más difícil porque es el sistema que tienen las universidades de hacer criba con los estudiantes y que realmente los que no quieren estudiar, no les apetece o no tengan el nivel suficiente lo dejen, sin ocupar un sitio en la pública que pueda ocupar otro alumno que realmente lo quiera. Es un como hacer un poco de selección natural entre el alumnado.

Pasó el primer semestre, el segundo… y llegó el tercer semestre y las prácticas hospitalarias… Esas prácticas que tanto miedo me daban… dónde tendría que enfrentarme a las agujas, a las analíticas, a los pinchazos… Y mi primer contacto real con el mundo sanitario y hospitalario.

Escogí el Hospital de Viladecans, ya que era un hospital que me resultaba familiar, porque he vivido toda la vida en Viladecans y ha sido el hospital que he conocido. Es un hospital pequeño y me daba tranquilidad por un lado, al pensar que no existiría el estrés que puede haber por ejemplo en un hospital de primer nivel como el de Bellvitge y por contra, tenía el miedo de pensar que tal vez me iba a encontrar con alguien conocido, y no me habría gustado tener que realizar alguna técnica a alguien que conociese, porque al intentar esforzarme por hacerlo extremadamente bien, tal vez lo habría hecho extremadamente fatal. Por suerte no llegué a coincidir con nadie conocido.

El primer día estaba nervioso pero ansioso por saber y conocer. Me asignaron en la unidad UH1 de medicina interna.

Tras las presentaciones con las enfermeras de la planta y los auxiliares (mi enfermera asignada ese lunes libraba, por lo que no la conocería hasta el día siguiente). Lo primero que me dijeron que hiciese al llegar, es que realizase las glicemias de los pacientes diabéticos, y yo pensé “mi primer pinchazo... espero hacerlo bien”, le dije a la enfermera que nunca lo había hecho y que primero lo hiciera ella para poder verlo. Lo hizo, y seguidamente tocó mi turno. Cogí la aguja y el dedo índice del paciente y me dispuse a pinchar, con decisión. Me resulto curioso, porque no me pareció nada problemático. Realicé el pinchazo, apreté un poco el dedo, la gota de sangre salió y la coloqué en el glucómetro. De repente todos mis miedos hacia la sangre, las agujas y todos los traumas infantiles se esfumaron. Después de ese primer día, vi que me gustó, que lo pasé muy bien y que me había encantado estar con los pacientes y con las enfermeras. Tenía muchas ganas que llegase el siguiente día!

Al siguiente día conocía a la enfermera que me habían asignado y congeniamos muy bien. También debo decir, que es una chica muy agradable, cercana, con muchísimos conocimientos y encantada de ser enfermera. Todas las demás enfermeras la respetaban mucho y le pedían ayuda. Sabía que iba a aprender mucho con ella. No podrían haberme asignado una enfermera con más cualidades.

Fueron avanzando los días, rápidamente, e iba aprendiendo muchas cosas, muchas técnicas y muchas maniobras que sólo conocía por haberlas leído y estudiado en la teoría o por haberlas practicado con los muñecos de plástico de la asignatura Introducción a la enfermería medicoquirúrgica. Cada mañana realizaba analíticas a los pacientes (mi enfermera se esperaba a que llegase para que las hiciera yo, supongo porque veía que me gustaba hacerlo), realizaba gasometrías cuando las había, colocaba sondas vesicales, catéteres, salinizaba las vías, ponía las nebulizaciones… Todo lo que hace un enfermero en su día a día.

Me gustó mucho hablar con los pacientes, dedicarles mi tiempo, hacerles compañía, ayudarles… y también a sus familiares.

Acabaron las prácticas, casi sin enterarme y yo tenía el sentimiento que por fin estaba en lo que me gustaba. Estaba haciendo algo que me llenaba y me hacía feliz. Pero no sabía si el sentimiento que yo me llevaba de las prácticas era mutuo al de la enfermera que me evaluaba.

Aprendí muchísimo de Lidia, que era la enfermera con quien estaba. Me dedicó mucho de su tiempo y mucha de su paciencia a explicarme cosas, a hacerme razonar los por qué, los cómo, los cuándo y los dónde. Me ponía deberes de farmacología porque ella veía que iba un poco perdido en ese campo y sobre todo es que me hizo sentir uno más del equipo, haciéndome sentir útil y no un estorbo que le hacía perder el tiempo, un tiempo que muchas veces los enfermeros de hospital no tienen porque tienen una sobrecarga de trabajo enorme.

Y la sorpresa llegó cuando me dieron la nota final de mi paso por el hospital y la tutora de prácticas de la universidad me dijo “vaya Jordi, lo has hecho muy mal por lo que veo”, en ese momento se me cayó el mundo a los pies, porque pensaba que el sentimiento que yo tenía no se parecía a la realidad, y al momento, supongo que al ver la tutora mi cara de decepción, me dijo “es broma, tienes una matrícula de honor”, y esas palabras me llenaron de orgullo y de motivación a seguir en ello y a seguir aprendiendo. También me comentó la tutora de prácticas, que si tuviera algo negativo que decirme, según el informe redactado por Lidia, es que no me implicase emocionalmente tanto con los pacientes ni con los familiares. Me lo decía por mí, para que no lo pasase mal. Ella también era propensa a implicarse emocionalmente y eso siempre le había dado problemas, pero que entendía que por mucho que se diga, las personas que somos así, moriremos así, pero estaba en la obligación de decírmelo.

Dos experiencias inolvidables con personas...

Me impresionó mucho el caso de un paciente. Fue el primer caso grave que veía y me acompañó durante todas las prácticas hasta que falleció. Se llamaba José María, y siempre lo recordaré. Era un paciente con SIDA y con cirrosis hepática e ingresó por neumonía. Mi enfermera me explicó sobre el paciente que durante su vida “había sido un perla”. Era bastante conocido en el hospital debido a múltiples ingresos por su poco control. No tomaba los retrovirales y volvía al hospital cuando en alguna fiesta lo habían dejado sus compañías, abandonado en casa al borde del coma etílico.

Cuando lo conocí no estaba extremadamente grave. Me hacían gracia sus comentarios y lo escuchaba atentamente cuando repartía la medicación o cuando simplemente me acercaba hasta su habitación para saber si necesitaba algo y me quedaba con él un rato charlando.

Día a día vi como empeoraba. Primero dejó de caminar, no se levantaba de la cama. Después le siguieron los edemas. Seguido la desorientación, las úlceras por presión... así hasta llegar a un deterioro generalizado y a un fracaso multiorgánico que acabó con su vida a los 52 años.

Mi enfermera para protegerme, debido a mi inexperiencia, evitaba que le hiciera curas, o que le realizase analíticas o que le pinchase para saber el nivel de glicemia en sangre, pero yo le pedía que me dejase ir a hacerlo a mí. No era distinto a otro paciente al que le realizaba las mismas técnicas y le prometía que extremaría el cuidado. Supongo que lo hacía porque al ser el paciente VIH positivo y yo inexperto, no fuéramos a tener un susto cometiendo algún error con la aguja. No tuvimos ningún susto. Y yo aprendí mucho, sobre todo a naturalizar ciertas enfermedades contagiosas y perderles el miedo a cualquier tipo de contacto. Realmente el VIH es una enfermedad que me causaba miedo y me sirvió como trabajo de crecimiento personal el tratar con él.

Sé que José María agradecía que el rato que pasaba con él haciéndole cualquier técnica, conversásemos sin juzgar lo que me decía, sin una actitud paternalista. Solía estar siempre solo y supongo que tenía ganas de hablar. Las veces que entré con las auxiliares para realizarle la higiene, él pretendía hablar, pero lo cortaban rápido, para hablar entre ellas de sus cosas (esto es algo que espero que no me ocurra nunca, espero no cortar a un paciente para que yo pueda comentar mí fin de semana con un compañero/a).

Él fue el primer paciente que veía agonizar y morir. Era la segunda vez en mi vida que lo veía, pero no tan de cerca y es algo que impacta. También me sirvió para tener mi primer contacto con la muerte, ver cómo es, qué se hace y cómo se sienten todas las personas. La muerte es algo con lo que en nuestra profesión vamos a tratar muy a menudo y que mejor que irse acostumbrando, tratando y tocando a pacientes moribundos y seguir de cerca su agonía evitando que sufran.

El día que murió me marché muy triste a casa.

Por todas las cosas que aprendí de José María y por lo mucho que él, inconscientemente me ayudó a mí, lo recordaré siempre.

Cuando no tenía nada que hacer y mi enfermera hacía algún informe, yo pasaba por las habitaciones a hablar con los pacientes. A parte de José María, había otro enfermo con el que me gustaba conversar que se llama Miguel.

El día que ingresó Miguel, mi enfermera me dijo que tuviera cuidado con él porque tenía un carácter muy fuerte y era muy de difícil tratar. Realmente era un hombre muy seco y tajante. Tenía problemas con todos los compañeros de su habitación debido a su carácter, pero aún así había algo que a mí me resultaba entrañable y que se merecía mi respeto como cualquier otro paciente, así como hacer por él lo mismo que por otros. Pensaba que obviamente ese carácter se debía a algo. Poco a poco me fui ganando su confianza y su carácter conmigo cambió por completo. Ya no quería que las auxiliares le pusieran la crema en las piernas para aliviar su trombosis venosa profunda o que le pusieran la insulina, me lo pedía a mí. Como eso muchas cosas, ni que fuera llevarle una botella de agua. En esos momentos aprovechaba para hablar con él un rato, de lo que fuera, incluso del tiempo que hiciera ese día en la calle.

Todos en la planta se sorprendieron de la distinta actitud que tenía conmigo, al ser un paciente conocido por tener diversos ingresos por neumonía, ya que sufría EPOC.

En una de nuestras conversaciones, me explicó que de joven había sufrido malos tratos por parte de su padre y una infinidad de vejaciones por parte del párroco de su pueblo. También lo pasó muy mal durante la guerra civil, en la que luchó en el bando republicano. Todo eso daba a entender el por qué de su carácter y su problema de relación con los demás. Desconfiaba de todo el mundo.

A Miguel le dieron de alta al mes, y me alegré mucho por él. Tenía a su mujer en una residencia con Alzheimer y tenía ganas de verla.

A Miguel también tendré siempre algo que agradecerle, y es a no prejuzgar a la gente aunque ya te pongan en preaviso sobre cómo es la persona y no poner nunca etiquetas. Es mucho mejor siempre descubrirlo uno mismo, porque puedes llevarte muchas sorpresas positivas y das la oportunidad de la persona a que se muestre como realmente es.

A partir de ahora...

Actualmente estoy en el cuarto semestre (segundo año de enfermería) y por tanto el último de teoría. Me quedan las cuatro últimas asignaturas, que espero aprobar y poder pasar sin nada pendiente al siguiente semestre.

Me quedará por tanto realizar las prácticas hospitalarias, las prácticas comunitarias y las curas especiales.

Tengo intención de matricularme de las prácticas hospitalarias en el Hospital Sagrat Cor, ya que es un hospital que me queda muy cerca de mi actual domicilio y que no está demasiado alejado de mi trabajo para poder llegar sin problemas una vez termine la jornada diaria de prácticas.

El practicum comunitario siguiendo la regla de cercanía lo haré cerca de casa.

Las prácticas que ansío realizar son las del practicum de curas especiales, ya que tengo muchas ganas de realizarlas en un psiquiátrico. Me gustaría dedicarme a la enfermería psiquiátrica porque une la enfermería con la psicología y la psiquiatría y es lo que siempre me ha atraído. Es una manera de combinar las dos ramas de la sanidad que me interesan.

Los pacientes psiquiátricos me causan mucha fascinación y tengo muchas ganas de tratar con ellos, conocer sus patologías, tratarlos y predecir sus actos antes incluso que ellos sepan lo que quieren realizar.

Me llaman mucho la atención, y me gustaría trabajar los trastornos alimenticios, las depresiones mayores, las esquizofrenias, los pacientes bipolares, o incluso trabajar en centros de desintoxicación y abandono de drogas.

Es por esto que tengo ganas de saber si realmente la parte que me atrae de la enfermería es la que realmente me gusta y para la que sirvo.

En el caso que me guste, debería especializarme cursando el máster de Enfermería psiquiátrica que imparten en el Hospital Sant Joan de Déu de Esplugues.

Los pacientes psiquiátricos deben ser muy difícil de tratar y bastante frustrante cuando no consiguen resolver sus enfermedades y muy gratificante cuando mejoran y se integran en la sociedad como uno más.

El sufrimiento mental se ha eliminado de la marginación, se han dejado de satanizar las enfermedades y ahora empiezan a tratarse con el respeto y la importancia que merecen.

Los enfermeros psiquiátricos son básicamente el personal sanitario que tratan a pacientes que sufren de trastornos mentales.

La sensibilidad de la enfermedad mental es diferente debido a que algunos son leves y algunas son complejas. Algunas de las funciones que creo que son de un enfermero psiquiátrico son los siguientes:
- Asesoramiento, educar e informar a las familias acerca de los problemas relacionados con la salud mental.
- Gestionar la condición del paciente hasta el momento de la recuperación completa.
- Garantizar la existencia de un plan de tratamiento y asegurar que el plan se ha aplicado correctamente.
- Proporcionar los servicios de emergencia y atención de los pacientes psiquiátricos.
- Proporcionar una evaluación de aquellos que sufren de problemas mentales.

En un futuro…

Una vez acabe la carrera y esté una temporada tranquilo y ahorrando, tengo la intención de marchar de Catalunya a trabajar una temporada a Italia, para perfeccionar el idioma y por cambiar de lugar, así como aprender y enriquecerme de otros profesionales.